jueves, 1 de diciembre de 2011

#8: “Re-descubriendo al ídolo posmoderno”

Cuando cumplí 8 años mi tía me llevó a ver al ídolo de todas las adolescentes, ya se deben imaginar de quién estoy hablando ¿no?, bueno ¡ese no!, mi ídolo de la infancia (además de Pablito Ruiz, ya dedicaré un post al respecto) era Emanuel Ortega, ¡sí! el hijo de Palito. 
Él era tan rubio y tan, cómo decirlo, tan “delicado” que era imposible no quererlo. Salvando las distancias y los años luz, era nuestro “noventoso” Justin Bieber del subdesarrollo. Tenía sus coreografías, sus caritas compradoras y decenas (no sé si tanto) de fans club.
El día del recital me estrené ropa, en niñas de mi edad se usaban las puntillas y las flores (todos tenemos un pasado “apuntillado”), me puse zapatos nuevos y nos fuimos temprano para el teatro. Mi tía, tan buena y tan solidaria con la sobrina, compró entradas en primera fila. Creo que todas las púberes me odiaron. Aún recuerdo la carta que le tiré por debajo del telón, tenía un dibujito de nosotros dos, un árbol y una casa (¡qué vergüenza!). Yo me pregunto ¿qué habrá sido de esa pequeña e inocente cartita?
Ahora no recuerdo la lista de temas pero seguro arrancó con algún hit y todas enloquecieron. Después de casi hora y media de recital, sabía que se acercaba el final, cantó una de esas baladas para enamorar y en su “acting” tiró lentejuelas y brillantina al público. La que suscribe abrió su mini carterita rosa y empezó a meter toda lentejuela plateada que tenía a su alrededor (también algo de mugre del piso). Una era feliz con tan poco.
Llegó el final del recital y cantó el tan esperado “Hagámoslo de una vez”, la gente se puso de pie, comenzó a bailar, a gritar, a enloquecer. Y sí chicos, los Beatles eran un poroto al lado de este ídolo indiscutible.
Yo cantaba sin entender la letra, era pegadiza, era conocida, pero después de casi 18 años de aquel show, puedo decirles que esa letra era cualquier cosa, y que una menor no podía andar cantando ESO al lado de sus padres: “Me verás el domingo, quizás el lunes también, verás que no es extraño, dormiremos en un hotel. Hagámoslo de una vez, de una vez, quiero ser el que te haga mujer, hagámoslo de una vez, de una vez. Acércate que mi amor es ardiente, voy a enloquecer” (16 años tenía el pibe, seguro era virgen, no me vengan con que esa letra la escribió él). Como buena blogger debería ir a la fuente, escuchar la canción, leer la letra, y sacar conclusiones adecuadas al respecto, pero ¡no!, voy a limitarme en esa estrofa tan característica y lo voy a dejar ahí, fue un momento de mi vida que voy a evitar recordar con tanta exactitud. Ojo, lo seguí bancando al pibe Ortega hasta el segundo disco, donde su pelazo rubio empezó a oscurecer.
Como todo ídolo de la juventud su momento pasó. Manu, se subió al primer avión disponible rumbo a Miami y desapareció del suelo argentino, hasta su vuelta unos años después (ya no era lo mismo, nosotras habíamos “madurado”, queríamos gente nueva, con aires internacionales).
Con su partida, muchas niñas y jóvenes entramos en crisis existenciales, pero nos duró poco, cinco muchachitos yanquis irrumpían en la FM Hit con su tema “Get Down”, si señores, los Backstreet Boys estaban con los botines puestos listos para entrar a la cancha.
Y así fue, como Pablito Ruiz y Manu Ortega fueron quedando en el camino, los Backstreet Boys inundaron mi alma, mi vida diaria, mi existencia, en conclusión, mis hormonas adolescentes. Mi vida tenía color, olor y sabor a Backstreet Boys y no había ojos para nadie más. Mentira, me duraba poco, un nuevo ídolo aparecía y todo volvía a comenzar.

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