martes, 27 de febrero de 2018

#19: "Escribir para poder olvidar"

Hace tres años, decidimos encontrarnos en ese lugar del que tanto me hablaste.
Llegué antes, te esperé un rato y después de unos minutos apareciste.
Nos abrazamos fuerte, yo estaba nerviosa, no se vos, pero supongo que también.
Caminamos un poco y enseguida encontramos nuestro lugar con una pequeña sombra. Saqué mi lona rayada y nos sentamos, vos sacaste tu iPod y unos lentos empezaron a sonar. Me acuerdo de mirar el verde del pasto, junto a los edificios en construcción y a esa gente haciendo deportes. Inevitablemente, con mi BlackBerry tuve que sacarle una foto a esos edificios que invadían el lugar. Yo saqué un par y luego te pedí que sacaras algunas vos, quería tener ese instante de tu autoría, congelado para siempre. 
Las canciones seguían sonando, cada una tenía una historia especial para nosotros. Nos mirábamos cada tanto, un poco de reojo, otro poco de frente siempre con una sonrisa y mucha complicidad.
Te regalé caramelos que había comprado en un kiosco cerca de casa, con un gusto dulce entre los labios todo se hacía más placentero.
No sé cómo, pero las horas pasaban muy rápido, nosotros ahí sentados, con el tiempo detenido, con el mundo en pausa, esquivando el sol, acercándonos cada vez más, poniendo como excusa lo corto que era el cable de los auriculares.
Me acuerdo ese instante en donde me agarraste la mano y entrelazamos los dedos, en ese momento comencé a creer en la magia.
Empezamos a caminar, los 25 grados del mediodía se hacían notar. Fuimos en busca de un lugar para comer, pero finalmente optamos por unos sándwiches de miga bajo otro árbol, alejados de todo, un poco más cerca que antes.
Unos sándwiches de jamón y queso y unas Sprites fueron nuestro almuerzo, un almuerzo con vista a un hotel, con una sombra envidiable para aquel día de sol y una lona playera que cumplía correctamente su función.
Terminamos de comer y te hice unos masajes, te sacaste el saco y comencé a acariciarte muy suavemente sobre la tela de esa camisa que me encantaba. Era la primera vez que te tocaba, pero sabía muy bien lo que tenía que hacer. Me acuerdo que en ese momento pasó un grupo de chicos de una escuela, eran muchos, nos reímos y decidimos buscar un lugar más tranquilo. Dimos vueltas, nada nos convencía, solo queríamos el lugar perfecto para aquella tarde mágica.
Encontramos otro lugar para sentarnos y continuar con esas ganas de algo más. Teníamos gente alrededor, pero se ve que no te importó. Aún recuerdo como me pedías que te llevará a mi casa, aunque creo que sonaba más a deseo que a realidad. 
Te besé la mejilla, después me detuve en tu cuello y comencé a olerlo mientras lo besaba suavemente. Sentía tu piel con la punta de mi nariz, esa mezcla de calor y perfume que me obligaba a seguir hasta el final. Suavidad, calor, perfume, y nuevamente, un poco más de calor primaveral. No parábamos de mirarnos la boca, de mordernos los labios para no tentarnos.
Quién iba a decir que ese jueves de noviembre nos íbamos a besar. Me acosté boca arriba, sintiendo la humedad del pasto en mi espalda y cegada por un rayo de sol que se asomaba detrás de un árbol. Era una sensación de incomodidad y placer constante.
Cuando me levanté, la gente se había duplicado, muchos salían de las oficinas, era hora de dejar esa tarde atrás. Caminamos con un atardecer escondido tras los edificios, íbamos más relajados, riéndonos y rozando, por momentos, nuestras manos. Como adolescentes nos frenábamos en cada lugar sin gente y vos aprovechabas para darme un beso, el inevitable último beso que aún no sucedía.
Cuando llegamos a esa esquina tan conocida, la vorágine de gente y las bocinas de los autos nos trajeron de nuevo a nuestra realidad, todo tomó un color gris, monótono. A pesar de todo, seguíamos juntos e íbamos a compartir dos estaciones en el subte.
Nos acomodamos en un rincón, en la unión entre un vagón y otro. Nos apoyamos sobre una de las puertas y sin esperarlo, pero si deseándolo en una de mis tantas fantasías, me robaste el mejor beso que alguien me pudo haber robado en la vida. Quedé flotando, estábamos más expuestos que antes pero siempre en nuestra realidad paralela. No te importó nada, te la jugaste como el mejor y eso va a quedar eternamente tatuado en mi recuerdo.
Era momento de la despedida, te saludé con un beso en la mejilla, y creo que no te abracé. Hice el esfuerzo por perpetuar tu perfume en mi nariz y me dirigí hacia la puerta que se abría rápidamente frente a mí, salí, caminé y no volví a mirar hacia atrás.

lunes, 22 de enero de 2018

#18: "Lunes"

Lunes.
Me levanté sobresaltada, estaba transpirando y mi corazón quería salirse del pecho. Había soñado otra vez con él, con su sonrisa y con sus lágrimas en mi sillón. Observé la habitación y no lograba reconocerla, aunque sabía que era la mía. Me sentí ajena, me sentí desprotegida y me sentí sola.
Volví a cerrar los ojos para encontrarme de nuevo en ese sueño y poder cambiar las cosas, pero no, ya era tarde y tenía que comenzar mi rutina de todos los días.
Mientras me duchaba rápidamente con agua fría, armaba imágenes en mi mente, conectaba sensaciones e intentaba musicalizar todo perfectamente. La música siempre me calma.
Me sequé el pelo con una toalla húmeda, me cambié y me senté a tomar mi café tibio de todas las mañanas. Hoy había unas tostadas quemadas que decidí no comer. Me puse unos zapatos que encontré por ahí, había estado caminando por el pasillo descalza y ni cuenta me di.
Aire libre, cielo gris, brisa cálida de verano, caminé un poco esquivando algunas caras conocidas y se largó a llover, aunque los fantasmas y las voces seguían ahí latentes, intenté apagar mi pasado.
Se cumplían 5 años de esa noche en el rio, de esa noche donde me llevó a caminar, me regaló una golosina y me declaró su amor. Esa noche donde fuimos adultos decidiendo, escapando, transgrediendo y eligiendo ser. Cómo olvidar esa manta que escondió en la mochila para que yo no sintiera frio, de esas copas y ese vino blanco tan dulce. Después de 5 años nada vuelve a ser igual que antes, aunque todo se esfume y se pierda en nuevos rumbos, la ventana sigue mostrando lo mismo que ayer.
¿Acaso hay que conformarse con pequeños momentos de felicidad en nuestra vida? ¿Acaso la vida se alimenta de mínimos episodios configurados estratégicamente para darnos felicidad e inmediatamente tristeza? ¿Es el destino el encargado de sorprendernos y marcarnos el camino? ¿Es él el único responsable de que mi vida sea así cada día?
No quiero seguir soñando lo mismo, no quiero verlo reír y después llorar, me duele que esté cerca sin hacer nada, me encanta que esté y me visite los viernes, aunque los domingos también me gustaría que lo haga.
Cómo la vida se conjuga en contradicciones y sensaciones visionarias y hasta mágicas, llenas de ideas, de idealizaciones y de pocas cosas sin hacer.
Sigue lloviendo y yo camino, pienso, reflexiono y le hablo en mis pensamientos.
Trato de imaginar su voz, sus movimientos y como ponía la boca cuando algo no le gustaba. El perfume que decidió hacer tan suyo y marcarlo en mi cuerpo, la suavidad de su cuello, su risa tan particular. Extraño, pero no tanto, confío y pienso que es lo mejor. Aunque me sigue molestando el silencio y las ausencias, las distancias y los imposibles, no queda mas que aclarar sentimientos, planear, hacer, realizar, activar y rehacer. Repetición, rutina, círculo, todo tiene que ver con esto.
Ya no llueve más, pero estoy empapada, creo que son mis lágrimas las que hacen tiritar mi cuerpo, ese cuerpo que buscar un poco de dolor profundo, dolor como la máxima sensación de contención que alguien me puede dar en este lunes tan oscuro.
Comienza a sonar esa canción, una que me gusta y que él no sabe que me gusta. Ojalá supiera que esa canción me hace recordarlo y que siempre que la escucho me transportó, divago, exploro y desconecto.
Ojalá que los próximos 5 años los sueños sean menos recurrentes y que mi terapeuta pueda darme el alta. Ojalá sepa todo lo que pasé y lo que pasó.
Ya es tarde, las luces se van apagando y pronto es hora de tomar esa linda pastillita rosa que hace que las voces se apaguen, las imágenes desaparezcan y el contador de los recuerdos vuelva a cero.
Algunos gritos nocturnos invaden mis oídos, pero me tranquilizo al comprobar que son de mi compañero de habitación, se ve que hoy no tuvo un buen día con su doctor. Espero que mañana todo sea calma, aunque dependerá del día y de la medicación que me toque tomar.
La enfermera nos apaga la luz, comprueba que las correas que atan mis muñecas estén bien firmes y se va. Cierro los ojos y todo comienza de nuevo otra vez.
Martes.

lunes, 30 de marzo de 2015

#17: "Empezar otra vez"

“Tengo tiempo para saber si lo que sueño concluye en algo”
Con esta frase de Spinetta me pongo a reflexionar un poco. Analizo, pienso mucho sobre mi realidad actual y todo se simplifica en el simple, pero nunca insignificante: hacer algo que me haga feliz.
Detrás de todo sueño hay una persona luchando para conseguirlo, añorando ser quien siempre esperó ser. Un sueño no tiene por qué morir en sueño, chato, sin fuerza, indefenso. Hay que hacer lo imposible para cumplirlo, para satisfacernos y entender un poco de qué se trata vivir. Vivamos persiguiendo sueños, pero vivíamos mejor cumpliéndolos, llevándolos a cabo como podamos, hagamos un poco hoy, otro poco mañana.
Mi abuelo siempre me decía: “nunca renuncies a las cosas, no dejes de hacer eso, no sabes cómo te puede sorprender la vida, todo sirve, nada es insignificante, todo es aprendizaje”.
No dejen que les pinchen el globo, no dejen que opaquen el brillo con el que iluminan a diario sus vidas y las de los demás. En la vida nos van a poner a prueba constantemente, nos van a hundir un poco, pero está en nosotros tomar impulso y volver a la superficie. No hay que detenerse jamás, a algunos nos costará más que a otros, pero estamos en el camino, transitando lentamente, alcanzando ese sueño que cada vez está más cerca.
Hoy me decido a empezar de nuevo, con miedos, con ansiedad y con muchísima alegría. La sensibilidad me juega en contra, pero no voy a dejar que nadie me diga lo que no quiero escuchar. Voy a intentarlo, dando lo mejor de mí. Hoy soy la constructora de mi futuro, tomo la decisión de qué hacer y hacia dónde llevar mi vida. Hoy empiezo una nueva etapa, estoy sorprendida de mi misma, orgullosa de mi decisión. Voy a dejar todo prejuicio de lado y dar lo mejor de mí. Comenzar a estudiar otra vez no es fácil pero poco a poco lo voy a superar. Hoy puedo decir que estoy disfrutando la decisión que tomé. Estoy feliz, intrigada por ese futuro que se viene.
Sí, voy a ser docente. Estoy segura que este sueño va a concluir en algo, en algo hermoso, lleno de satisfacciones. Anhelo poder dejar un huella en el corazón de cada personita que dentro de algunos años, van a ser la razón de mi felicidad.
En la vida hay que accionar, afrontar las responsabilidades y correr riesgos, eso es vivir. Hoy estoy tomando una decisión que marcará mi futuro, nunca es tarde para alcanzar un sueño. Los primeros pasos siempre son los más difíciles, pero si no nos animamos, nunca vamos a poder caminar.

jueves, 25 de septiembre de 2014

#16: "Contar un sueño"

Jugábamos con brillantina y comíamos un helado derretido. Tu cara era igual a la cara del sueño de la semana pasada. Otra vez visitando mis laberintos.
Me mojé demasiado con la lluvia, y eso que llevaba paraguas. Me empapé hasta las rodillas, intentando saltar charcos, queriendo esquivar la inundación inevitable. Me reí y volví a zambullirme, mis zapatos hacían ruido, todo era agua y paraguas. Ya no me importaba la humedad, los zapatos volvían a hacer ruido y el jean nada seco enfriaba mis rodillas. Dos autos casi chocan por mi culpa. Poco inspirador, imaginemos el final.
El encargado del edificio me abrió la puerta y me habló del clima. Sonreí y me saqué los zapatos frente a él. Fue un momento épico, como el día que me dio un beso por mi cumpleaños. Me duele la garganta.
Me hice un té con leche, le puse un sobrecito de edulcorante y me fui a la clase de pilates. Me crujieron las rodillas y me asusté. Pensé en mi edad y seguí haciendo sentadillas. El lunes tengo turno con el traumatólogo, quizás el miedo desaparece y lo beso con los ojos abiertos en el consultorio número tres.
Tomé el subte y el recorrido duró solo una estación. A lo lejos visualicé algo nuestro. Vos sabes.
Cuando me escribiste estaba yendo, pero aún no había llegado. Por un instante, pensé que nos íbamos a encontrar. Cuando te extraño me pongo a escribir.
De regreso, una señora mayor, una gran bolsa y una cartera se sentaron a mi lado. Viajé incomoda, pero satisfecha. Perdí los zapatos. Tengo sed y angustia.
Estaba en casa y era otro día, pero quizás hablo del día anterior. Ayer fue cuando viajé en subte, hoy llueve y me mojo hasta las rodillas que ya no crujen. Así son los sueños, así es lo que nos pasa. Ya me volví a confundir.
Me despierto pero sigo con los ojos cerrados, no puedo ver lo que quiero ver. La brillantina se moja con la lluvia y el helado derretido se termina. Estoy inmóvil, quiero darme vuelta y no siento el cuerpo. Cuánto falta para que termine algo que no empezó. Otra vez el mismo sueño.

jueves, 18 de septiembre de 2014

#15: "Noche"

Sebastián miró por la ventana. Las luces de la calle avisaban que era medianoche, ya no había testigos ni nadie que lo pudiera escuchar suspirar. La noche era perfecta y podía serlo aún más. Giró la cabeza y vio su cámara fotográfica. Fue ahí cuando lo invadió una sensación de regocijo. Sabía lo que tenía que hacer para que esa noche fuera única. 
Fue entonces cuando tomó el teléfono y la llamó. El sonido de su voz al contestar sólo agregó más belleza a la noche. Por un instante, se olvidaron de quienes eran y para qué habían venido a este mundo, una respiración profunda expresó perfectamente lo que querían decirse.
Quizás el encuentro de la semana pasada lo había dejado inquieto, expectante y con ganas de algo más. Algo que habían hablado hace mucho tiempo, entre risas y anécdotas. La charla telefónica se volvía algo monótona, pero por monótona no me refiero a aburrida, sino que Sebastián no lograba proponerle lo que había pensando esa tarde en el trabajo.
Sebastián trabajaba en sistemas, no le disgustaba su trabajo pero renegaba con no tener el tiempo suficiente para dedicarse a su pasión, la fotografía. Aún se recuerda fotografiando a sus mascotas desde diferentes perspectivas y llevando a revelar esa enorme cantidad de rollos, la emoción de tener las fotos en sus manos era única. Ese era el verdadero Sebastián, el que disfrutaba de las pequeñas cosas y se emocionaba con una fotografía de la ciudad iluminada por luces de neón.
Ella no quería cortar, no entendía de qué se trataba esa sorpresiva llamada a la medianoche, aunque estaba tranquila porque todo aquello que venía de él era perfecto. Antes de colgar, Sebastián respiró profundo y con una emoción que le cortaba la voz la invitó a encontrarse esa misma noche en el lugar donde se habían conocido. Un silencio invadió la conversación y él algo confuso, corroboró si se había cortado la comunicación. De repente, un tímido sí retumbo en todo el cuerpo de Sebastián y la sonrisa volvió a su rostro. Ella aceptó verlo, ella aceptó encontrarse para quién sabe qué, pero se dejó llevar por el sentimiento que flotaba en el aire y que pronto traspasaría su piel.
Había pasado una hora de esa conversación, de ese momento donde todo se conjugó en momento e instante. Esta vez él la esperaba a ella, Sebastián estaba sentado en aquel banquito de madera donde aquella vez sus manos se habían rozaron por primera vez. Muchos recuerdos afloraron de pronto, todos como flashes, mezcla de aromas y palabras. Mientras Sebastián volaba en recuerdos y sensaciones algo lo hizo reincorporar, levantó la vista y la vio venir a ella. Caminaba alborotada, algo apurada pero manteniendo la compostura, llevaba el pelo suelto algo desprolijo, poco maquillaje y una ropa muy informal. Se sonrieron, se saludaron con un escueto beso en la mejilla y luego se abrazaron, se abrazaron fuerte, esa sensación de pertenencia estaba latente entre ellos.
Ella con una mirada curiosa le pidió explicaciones, no entendía la necesidad de verse esa noche y no al día siguiente donde quizás ella podría arreglarse un poco más, maquillarse y estrenarse aquel vestido que había comprado meses atrás en una liquidación. Él le señaló un bolso que había quedado en el banquito, ella sonrió y entendió todo. Sebastián quería compartir su pasión junto a ella. La felicidad estaba simplificada en sus rostros. No había palabras, solo miradas, estaban cerca, más cerca que nunca, tomados de la mano, acariciando el presente y ese momento-instante propio de ellos.
Sabían que iba a ser una larga noche, como todas aquellas noches vividas en sus fantasías, pero esta noche era real. Iba a ser una noche única, fotografiando aquella ciudad que parecía envolverlos para siempre, una noche perfecta enfocando y desenfocando cada centímetro de sus cuerpos, aquellos cuerpos que esperaban el amanecer para despedirse y volver a empezar una vez más.

domingo, 31 de agosto de 2014

#14: "Perfume"

Estaba sentada en uno de esos banquitos de madera que hay en Puerto Madero. Leía Bestiario de Cortázar, por un instante me sentí parte del relato.
Vos tenías que llegar a las cuatro, eran cuatro y media. Estaba algo impaciente, pero más nerviosa que impaciente. Tu cara iba a ser nueva pero no desconocida. Pedía a gritos que llegaras, pero no dejaba de leer la historia de Clara viajando en el 168.
No sabía que bondi te ibas a tomar, o si ibas a venir en taxi. Eras de los que recorrían la ciudad en colectivo, así que supuse que estabas demorado por algún corte o piquete tan frecuente y conocido en nuestra ciudad.
Me sobresalté con el sonido del celular, era un mensaje de Sebastián, tenía miedo de leerlo. Temía que mi ilusión y mi alegría se esfumaran en cuestión de segundos. Dude un rato y lo leí, volví a respirar. Me había olvidado que no estaba respirando. Sebastián me pedía disculpas por la demora y me avisaba que estaba en la esquina del Luna Park. Mi corazón se aceleró y ya el libro pasó a ser una simple revista de sala de espera.
Saqué un espejito que tenía en la cartera, me sorprendí al encontrar unas pastillas de frutilla que dos meses atrás le había comprado a un vendedor ambulante en el subte. Me puse una en la boca y recordé aquel día de enero viajando en la línea d, rumbo a una entrevista de trabajo que no fue. Muchas sensaciones se me produjeron con ese sabor a frutilla, decidí moverlo de un lado al otro en la boca para apagar ese sabor intenso de lo nuevo y me volví a concentrar en el espejito y mi flequillo siempre despeinado.
Hice unos cálculos matemáticos respecto al horario en que me había llegado el mensaje, Sebastián iba a aparecer en cualquier momento. Me levanté del banquito de madera, me acomodé la ropa y sutilmente me puse perfume. Una señora que paseaba un perro feo me sonrió cómplice, yo también le sonreí y me puse algo colorada.
Mi astigmatismo me impedía ver a lo lejos, todo parecía estirarse y esfumarse como humo gris pero no dudaba que el hombre que venía caminando en camisa y pantalón de vestir era Sebastián. Tenía un andar cansino pero decidido, la camisa blanca desabrochada más de lo permitido, el saco en la mano y lentes negros que le quedaban bien solamente a él. Yo sonreí y él se detuvo a unos tres metros, me miró de arriba abajo, abrió la boca y pude ver todos sus dientes, estaba regalándome una sonrisa, la sonrisa más linda que alguien me podía haber regalado en la vida. Volvió a caminar en dirección a mí, ya estaba cerca y cuando nuestros cuerpos se iban a rozar por el inevitable saludo de la primera vez, levanté mi mano derecha y le acaricié la mejilla, él me miró a los ojos y me abrazó. Juré no olvidarme jamás de su perfume, juré no despojarme tan fácilmente de mi ropa para tenerlo cerca unos segundos más. La camisa blanca desabrochada más de lo permitido era una invitación a lo prohibido, y su perfume desconocido jugaba con las fantasías más ridículas. Respiré profundo y abrí los ojos, ahí estaba él tratándome de explicar por qué había llegado tarde. Creo que no lo escuché, o si, pero solo un poco, era más verborrágico de lo que creía, me gustaba, pero a la vez no podía dejar de imaginarlo sentado en el sillón de casa, con una copa de vino en la mano y su camisa blanca totalmente desabrochada.
Ya eran las cinco y media, Puerto Madero no nos ofrecía nada nuevo, caminábamos por los lugares característicos del lugar y jugábamos a ser guías de turismo. Debo reconocer que sabías más que yo, haber vivido aquellos años ahí no te fue en vano. Los minutos empezaban a pasar más rápido y el sol ya no quería ser cómplice de nuestros actos.
Nos sentamos por ahí, creo que en el mismo banquito de madera en el que estaba sentada leyendo, o quizás era el de al lado, ya ni lo recuerdo. Te tenía muy cerca, por momentos nos rozábamos y volvíamos a incorporarnos. Eras cejas, ojos, nariz y boca todo por separado, me detenía a observar cada milímetro de tu rostro, para memorizarlo y no olvidarlo jamás. Vos me hablabas de un viaje a Estados Unidos, yo solo quería que viajaras conmigo a casa y te sentaras en el sillón con la copa de vino en la mano y la camisa blanca desabrochada, aunque ya no me importaba eso, solo te quería tener esa noche para mí.
Algo hizo que decidieras que ya era hora de despedirse, supongo que el brillo de la luna reflejada en el rio. Era tarde, pero lo suficientemente temprano para aprovecharte un rato más. Recuerdo que me acomodaste un mechón de pelo detrás de la oreja y te gustaron los aros, hiciste un comentario gracioso al respecto y te levantaste. Me di cuenta que no te querías ir, lo noté en tu lenguaje corporal pero se te acababa el tiempo, siempre se nos acaba el tiempo a nosotros, creo que más a vos que a mí.
Caminamos hacia la esquina del Luna Park, esperando un taxi para cada uno. Debo reconocer que dejamos pasar algunos, nos hacíamos los distraídos, vos desconfiando de los que no eran radio-taxi y yo con la excusa de no ver el cartel de “libre”. Y así estuvimos, quince minutos más, entre abrazos, algunas veces me tomaste de las manos y las acariciaste, o eso me pareció. Ya era la hora, cada uno a su casa, a vivir su realidad, a lamentar algunas cosas y a recordar lo que sucedió. 
Fuiste caballero, el primer taxi me lo dejaste a mí, ayudó el semáforo en rojo para que aprovecháramos los últimos segundos de despedida. Me besaste en la boca, lo recuerdo como un beso largo, esos en los que no se separan los labios y se presiona con intensidad, yo ya no estaba respirando, era mágico. Te abracé y cerré los ojos, otra vez el perfume, pero ya no era desconocido.
Me subí al taxi y quedé en silencio procesando lo que había pasado. Una tos interrumpió el silencio y reaccioné, tenía que decirle la dirección al taxista. Pedí disculpas sin sentirlo, le dije una intersección de calles y me acomodé en el asiento del lado derecho.
Mirando aquella luna brillante cómplice de nuestros actos sonreí y suspiré, finalmente te tenía impregnado en mí, tu perfume invadía cada centímetro de mi ropa llegando hasta mi piel. En casa el sillón estaba vacío pero mi cuerpo estaba lleno, lleno de vos y de tu perfume, perfume que juré no olvidarlo jamás.

#13: “Ficcionando la realidad”

Realmente la pase mal, aunque no lo creas, sufrí mucho. Sabía que ibas a aparecer en cualquier momento, con una sonrisa en la cara y con frases tiernas como si nada hubiese pasado en las últimas veinticuatro horas. Pero esta vez, esta vez ya era tarde, el dolor volvió. Siempre te vuelvo a perdonar, siempre te vuelvo a escuchar y todo sigue una vez más.
Sé que no es tu intención pero jugas con mis sentimientos y con esos recuerdos que me tienen atada a vos. Recuerdos que no puedo borrar, pero tampoco quiero hacerlo. La angustia aparece de nuevo y no paro de dar vueltas en la cama. Imágenes aparecen en mi mente trayéndote a mi lado. Imágenes que piden que te perdone, que te entienda y que no me enoje. Lo vuelvo a hacer, siempre lo vuelvo a hacer. Te perdono, te perdono en silencio. Si tan solo supieras lo quebrada que esta mi alma cuando pienso en vos y en estas cosas que haces. La asignatura pendiente que representas, lo que fue y pudo haber sido de nuestras vidas. No es fácil convivir con esto. No es fácil tenerte cerca y saber que no estas. Que siempre vas a estar para ella y no para mí.
No estoy celosa, estoy enojada. Me enoja mi orgullo, el saber que no fui lo suficiente para vos, que no logré ser tan especial, que si algo te pasa no voy a ser la primera en enterarme. Pero no te preocupes, estoy acostumbrada a enojarme, a veces derramar algunas lágrimas me hace sentir un poco mejor.
Lo nuestro siempre fue frágil, desde el día en que nos conocimos, siempre actuamos cuidándonos y tanteando los sentimientos. Nunca pudimos relajarnos y disfrutar lo que teníamos. Terminamos viviendo de recuerdos que no completan nuestra realidad.
Me siento usada, usada por momentos, dejada a un lado y vuelta a usar. Soy cómplice, soy culpable de mi propia muerte.
Y esto sigue, siempre igual, lamentando algo que está anunciado y que me va a hacer mal. Me pongo límites y los traspaso. Es difícil ponerle una barrera al amor y mucho menos al odio. Odio que crece y se desvanece con tu primera palabra.
Quiero luchar pero no sé por dónde comenzar. Tu cuerpo es lo primero que se me viene a la mente, la suavidad de tu rostro y el olor de tu piel. Todo me da odio, todo me genera rechazo, pero quiero vivir en ese odio, en ese amor extraño que me hace desear tenerte conmigo una vez más.
Es tan confuso pero te vuelvo a perdonar, y sigo. Sigo caminando en una dirección desafortunadamente errónea, donde lo único que hago es equivocarme, encontrándome con vos y llenándote de abrazos.
¿Sabes lo qué significa para mí abrazarte? No te das una idea lo horrible que se siente, porque es el final, sé que cuando ese abrazo se termine no vas a existir más, que en el momento en que deje de tocar tu piel voy a apagarme por completo. Tus besos van a ser ajenos, van a ser extraños y vamos a volver a estar lejos. Me gusta estar lejos tuyo, porque me gusta sufrir, y si sufro es porque te vuelvo a tener cerca.
Tengo que escaparme de vos, de alguna manera tengo que alejarme de este odio, de este amor extraño que no deja de lastimar mi alma.
Cuando ese día llegue voy a poder mirarte a los ojos y decirte que ya no me perteneces y que sos libre de mí. Pero como te dije, me gusta sufrir así que espero que ese día nunca llegue.