martes, 27 de febrero de 2018

#19: "Escribir para poder olvidar"

Hace tres años, decidimos encontrarnos en ese lugar del que tanto me hablaste.
Llegué antes, te esperé un rato y después de unos minutos apareciste.
Nos abrazamos fuerte, yo estaba nerviosa, no se vos, pero supongo que también.
Caminamos un poco y enseguida encontramos nuestro lugar con una pequeña sombra. Saqué mi lona rayada y nos sentamos, vos sacaste tu iPod y unos lentos empezaron a sonar. Me acuerdo de mirar el verde del pasto, junto a los edificios en construcción y a esa gente haciendo deportes. Inevitablemente, con mi BlackBerry tuve que sacarle una foto a esos edificios que invadían el lugar. Yo saqué un par y luego te pedí que sacaras algunas vos, quería tener ese instante de tu autoría, congelado para siempre. 
Las canciones seguían sonando, cada una tenía una historia especial para nosotros. Nos mirábamos cada tanto, un poco de reojo, otro poco de frente siempre con una sonrisa y mucha complicidad.
Te regalé caramelos que había comprado en un kiosco cerca de casa, con un gusto dulce entre los labios todo se hacía más placentero.
No sé cómo, pero las horas pasaban muy rápido, nosotros ahí sentados, con el tiempo detenido, con el mundo en pausa, esquivando el sol, acercándonos cada vez más, poniendo como excusa lo corto que era el cable de los auriculares.
Me acuerdo ese instante en donde me agarraste la mano y entrelazamos los dedos, en ese momento comencé a creer en la magia.
Empezamos a caminar, los 25 grados del mediodía se hacían notar. Fuimos en busca de un lugar para comer, pero finalmente optamos por unos sándwiches de miga bajo otro árbol, alejados de todo, un poco más cerca que antes.
Unos sándwiches de jamón y queso y unas Sprites fueron nuestro almuerzo, un almuerzo con vista a un hotel, con una sombra envidiable para aquel día de sol y una lona playera que cumplía correctamente su función.
Terminamos de comer y te hice unos masajes, te sacaste el saco y comencé a acariciarte muy suavemente sobre la tela de esa camisa que me encantaba. Era la primera vez que te tocaba, pero sabía muy bien lo que tenía que hacer. Me acuerdo que en ese momento pasó un grupo de chicos de una escuela, eran muchos, nos reímos y decidimos buscar un lugar más tranquilo. Dimos vueltas, nada nos convencía, solo queríamos el lugar perfecto para aquella tarde mágica.
Encontramos otro lugar para sentarnos y continuar con esas ganas de algo más. Teníamos gente alrededor, pero se ve que no te importó. Aún recuerdo como me pedías que te llevará a mi casa, aunque creo que sonaba más a deseo que a realidad. 
Te besé la mejilla, después me detuve en tu cuello y comencé a olerlo mientras lo besaba suavemente. Sentía tu piel con la punta de mi nariz, esa mezcla de calor y perfume que me obligaba a seguir hasta el final. Suavidad, calor, perfume, y nuevamente, un poco más de calor primaveral. No parábamos de mirarnos la boca, de mordernos los labios para no tentarnos.
Quién iba a decir que ese jueves de noviembre nos íbamos a besar. Me acosté boca arriba, sintiendo la humedad del pasto en mi espalda y cegada por un rayo de sol que se asomaba detrás de un árbol. Era una sensación de incomodidad y placer constante.
Cuando me levanté, la gente se había duplicado, muchos salían de las oficinas, era hora de dejar esa tarde atrás. Caminamos con un atardecer escondido tras los edificios, íbamos más relajados, riéndonos y rozando, por momentos, nuestras manos. Como adolescentes nos frenábamos en cada lugar sin gente y vos aprovechabas para darme un beso, el inevitable último beso que aún no sucedía.
Cuando llegamos a esa esquina tan conocida, la vorágine de gente y las bocinas de los autos nos trajeron de nuevo a nuestra realidad, todo tomó un color gris, monótono. A pesar de todo, seguíamos juntos e íbamos a compartir dos estaciones en el subte.
Nos acomodamos en un rincón, en la unión entre un vagón y otro. Nos apoyamos sobre una de las puertas y sin esperarlo, pero si deseándolo en una de mis tantas fantasías, me robaste el mejor beso que alguien me pudo haber robado en la vida. Quedé flotando, estábamos más expuestos que antes pero siempre en nuestra realidad paralela. No te importó nada, te la jugaste como el mejor y eso va a quedar eternamente tatuado en mi recuerdo.
Era momento de la despedida, te saludé con un beso en la mejilla, y creo que no te abracé. Hice el esfuerzo por perpetuar tu perfume en mi nariz y me dirigí hacia la puerta que se abría rápidamente frente a mí, salí, caminé y no volví a mirar hacia atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario