domingo, 31 de agosto de 2014

#14: "Perfume"

Estaba sentada en uno de esos banquitos de madera que hay en Puerto Madero. Leía Bestiario de Cortázar, por un instante me sentí parte del relato.
Vos tenías que llegar a las cuatro, eran cuatro y media. Estaba algo impaciente, pero más nerviosa que impaciente. Tu cara iba a ser nueva pero no desconocida. Pedía a gritos que llegaras, pero no dejaba de leer la historia de Clara viajando en el 168.
No sabía que bondi te ibas a tomar, o si ibas a venir en taxi. Eras de los que recorrían la ciudad en colectivo, así que supuse que estabas demorado por algún corte o piquete tan frecuente y conocido en nuestra ciudad.
Me sobresalté con el sonido del celular, era un mensaje de Sebastián, tenía miedo de leerlo. Temía que mi ilusión y mi alegría se esfumaran en cuestión de segundos. Dude un rato y lo leí, volví a respirar. Me había olvidado que no estaba respirando. Sebastián me pedía disculpas por la demora y me avisaba que estaba en la esquina del Luna Park. Mi corazón se aceleró y ya el libro pasó a ser una simple revista de sala de espera.
Saqué un espejito que tenía en la cartera, me sorprendí al encontrar unas pastillas de frutilla que dos meses atrás le había comprado a un vendedor ambulante en el subte. Me puse una en la boca y recordé aquel día de enero viajando en la línea d, rumbo a una entrevista de trabajo que no fue. Muchas sensaciones se me produjeron con ese sabor a frutilla, decidí moverlo de un lado al otro en la boca para apagar ese sabor intenso de lo nuevo y me volví a concentrar en el espejito y mi flequillo siempre despeinado.
Hice unos cálculos matemáticos respecto al horario en que me había llegado el mensaje, Sebastián iba a aparecer en cualquier momento. Me levanté del banquito de madera, me acomodé la ropa y sutilmente me puse perfume. Una señora que paseaba un perro feo me sonrió cómplice, yo también le sonreí y me puse algo colorada.
Mi astigmatismo me impedía ver a lo lejos, todo parecía estirarse y esfumarse como humo gris pero no dudaba que el hombre que venía caminando en camisa y pantalón de vestir era Sebastián. Tenía un andar cansino pero decidido, la camisa blanca desabrochada más de lo permitido, el saco en la mano y lentes negros que le quedaban bien solamente a él. Yo sonreí y él se detuvo a unos tres metros, me miró de arriba abajo, abrió la boca y pude ver todos sus dientes, estaba regalándome una sonrisa, la sonrisa más linda que alguien me podía haber regalado en la vida. Volvió a caminar en dirección a mí, ya estaba cerca y cuando nuestros cuerpos se iban a rozar por el inevitable saludo de la primera vez, levanté mi mano derecha y le acaricié la mejilla, él me miró a los ojos y me abrazó. Juré no olvidarme jamás de su perfume, juré no despojarme tan fácilmente de mi ropa para tenerlo cerca unos segundos más. La camisa blanca desabrochada más de lo permitido era una invitación a lo prohibido, y su perfume desconocido jugaba con las fantasías más ridículas. Respiré profundo y abrí los ojos, ahí estaba él tratándome de explicar por qué había llegado tarde. Creo que no lo escuché, o si, pero solo un poco, era más verborrágico de lo que creía, me gustaba, pero a la vez no podía dejar de imaginarlo sentado en el sillón de casa, con una copa de vino en la mano y su camisa blanca totalmente desabrochada.
Ya eran las cinco y media, Puerto Madero no nos ofrecía nada nuevo, caminábamos por los lugares característicos del lugar y jugábamos a ser guías de turismo. Debo reconocer que sabías más que yo, haber vivido aquellos años ahí no te fue en vano. Los minutos empezaban a pasar más rápido y el sol ya no quería ser cómplice de nuestros actos.
Nos sentamos por ahí, creo que en el mismo banquito de madera en el que estaba sentada leyendo, o quizás era el de al lado, ya ni lo recuerdo. Te tenía muy cerca, por momentos nos rozábamos y volvíamos a incorporarnos. Eras cejas, ojos, nariz y boca todo por separado, me detenía a observar cada milímetro de tu rostro, para memorizarlo y no olvidarlo jamás. Vos me hablabas de un viaje a Estados Unidos, yo solo quería que viajaras conmigo a casa y te sentaras en el sillón con la copa de vino en la mano y la camisa blanca desabrochada, aunque ya no me importaba eso, solo te quería tener esa noche para mí.
Algo hizo que decidieras que ya era hora de despedirse, supongo que el brillo de la luna reflejada en el rio. Era tarde, pero lo suficientemente temprano para aprovecharte un rato más. Recuerdo que me acomodaste un mechón de pelo detrás de la oreja y te gustaron los aros, hiciste un comentario gracioso al respecto y te levantaste. Me di cuenta que no te querías ir, lo noté en tu lenguaje corporal pero se te acababa el tiempo, siempre se nos acaba el tiempo a nosotros, creo que más a vos que a mí.
Caminamos hacia la esquina del Luna Park, esperando un taxi para cada uno. Debo reconocer que dejamos pasar algunos, nos hacíamos los distraídos, vos desconfiando de los que no eran radio-taxi y yo con la excusa de no ver el cartel de “libre”. Y así estuvimos, quince minutos más, entre abrazos, algunas veces me tomaste de las manos y las acariciaste, o eso me pareció. Ya era la hora, cada uno a su casa, a vivir su realidad, a lamentar algunas cosas y a recordar lo que sucedió. 
Fuiste caballero, el primer taxi me lo dejaste a mí, ayudó el semáforo en rojo para que aprovecháramos los últimos segundos de despedida. Me besaste en la boca, lo recuerdo como un beso largo, esos en los que no se separan los labios y se presiona con intensidad, yo ya no estaba respirando, era mágico. Te abracé y cerré los ojos, otra vez el perfume, pero ya no era desconocido.
Me subí al taxi y quedé en silencio procesando lo que había pasado. Una tos interrumpió el silencio y reaccioné, tenía que decirle la dirección al taxista. Pedí disculpas sin sentirlo, le dije una intersección de calles y me acomodé en el asiento del lado derecho.
Mirando aquella luna brillante cómplice de nuestros actos sonreí y suspiré, finalmente te tenía impregnado en mí, tu perfume invadía cada centímetro de mi ropa llegando hasta mi piel. En casa el sillón estaba vacío pero mi cuerpo estaba lleno, lleno de vos y de tu perfume, perfume que juré no olvidarlo jamás.

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